Twitter: @AlfiePingtajo
Tanto el 8 como el 9 de marzo son ejemplo de lo mucho que nos falta a los hombres para entender y comprender lo que verdaderamente significa la unión y también son un llamado a comenzar a erradicar esas costumbres y hábitos que tanto han perjudicado a las mujeres y al mismo hombre en sí.
El primer paso para transformarnos es comenzar a no hablar ni a nombre de ellas ni por ellas ni por nadie más.
El machismo ha dañado tanto a mujeres como a hombres. En mi caso, ha representado mucha infelicidad, inseguridad y quizá también es lo que me ha provocado ansiedad y depresión.
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Las cruces y piedras que tanto me lastimaron son tres: catolicismo, poblanidad y “el qué dirán”; acompañadas del machismo mexicano.
Educar a un niño vendiéndole la idea de que los hombres no lloran porqué les toca aguantarse y porqué si otros hombres o mujeres te ven llorar te acusarán de débil, frágil y así nadie te va a respetar; es lo peor que uno le puede hacer a un infante.
A muchos, quiero suponer, nos educaron a base chanclazos, cinturonazos, nalgadas y gritos: si no sacaba buenas notas, si no obedecía, si no me comportaba bajo el ideal de mis padres o la familia; pues castigo y golpe seguro. De igual forma, las comparaciones con otros primos o compañeros de escuela estaban a la orden del día. Y de igual forma, comenzaron a inculcarme las metas para demostrar que sería un hombre de bien: tener mi propia casa, tener carro y saber manejarlo, llevar la responsabilidad económica de la casa, así como una novia con ciertos principios, educación y carácter. En caso de no cumplir con algunos de esos estándares, básicamente uno es hombre inmaduro. El listado es largo. Alguna vez recuerdo que se me dijo que no tendría que haber derramado una lágrima por un amor, que era más importante llorar por una materia reprobada. Aunque, por otro lado, también crecí en una casa donde había que aprender a lavar trastes, colaborar con el aseo de la casa, tener el cuarto ordenado; empero, creo, no pretendía evitar el machismo, más bien buscaban tener una casa presentable por si llegaban visitas, no vaya a ser que vieran la casa sucia.
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No sé quién inculcó el machismo…
No sé quién inculcó el machismo y dónde se originó. Sin embargo, así como a algunas mujeres que me educaron les debo el tener los tamaños para perseguir mis sueños a otras les debo el haber aprendido a no expresar mis sentimientos.
De chico, crecí rodeado de una cultura donde era normal ver calendarios de mujeres semidesnudas, pero era un tabú hablar de sexo y lo poco o mucho que sabía en esa época lo aprendí a través de la pornografía. En mi entorno la mujer siempre era vista como un objeto y no más.
Conforme crecía había cosas que me incomodaban respecto al comportamiento de mis familiares y amistades hacia con las mujeres. Siempre escuchaba hablar de cuántas novias se había tenido, como si se tratara de tarjetas coleccionables.
Me fije una meta y quizá eso también generó que me costara convivir con las mujeres: no ser como los demás hombres que me rodeaban. Entonces buscaba ser lo menos parecido a ellos, siempre busqué privilegiar el sentimiento por encima del instinto carnal y tal vez por eso me cuesta intimar.
Soy víctima de estándares arraigados en una especie de machismo católico o catolicismo machista; pero ese daño lo he recibido tanto de hombres como de mujeres. Alguna novia me dejo por no ser lo suficientemente carnal o habilidoso en la cama, otra me engañaba y me terminó confesando el tema, pues esperaba el bebé de alguien más, otra más me dijo que si la dejaba se suicidaría. Todas esas experiencias también configuran y dañan. Y, sin embargo, también conocí a una mujer que supo estar conmigo a pesar de ser un ser muy fracturado (y aún me acompaña de otra forma, pero está) y existe otra mujer que siempre ha estado incondicionalmente.
De igual forma, así como he escuchado decir a los hombres que algunas mujeres sólo sirven para la calentura; también he escuchado de algunas conocidas que hay dos tipos de hombres: los que sirven para tener sexo y los otros.
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Sé que vivimos tiempos oscuros y catastróficos social y culturalmente hablando.
Sé que necesitamos aprender a escuchar lo que somos y sentimos tanto en lo individual como en lo colectivo.
Sé que como individuos necesitábamos entender qué nos duele y qué nos lastimó, aprender a manejarlo y no desquitarnos con el otro. Sé que también tendríamos que hacernos un poco responsables por las acciones y palabras que ocupamos hacía con otra persona.
Con el paso de los años y después de una crisis depresiva/ansiosa, entendí que necesitaba limpiarme. También sé que eso puede regresar en cualquier momento y la forma de combatirlo es siendo feliz y la mejor fórmula es defender lo que uno es y vivir conforme a eso.
No necesito un paro de mujeres para saber lo importantes que son. Tres de las personas que más extraño son mujeres: mis abuelitas y una tía abuela (primordiales en lo bueno que creo ser), mis amistades más leales y sinceras son mujeres, mis mejores aliadas laborales son mujeres, admiro a muchas escritoras y actrices por su talento artístico y su belleza interna antes que por la física.
Desde la trinchera de un hombre herido por todo lo anteriormente dicho, aplaudo a las mujeres que salen a tomar las calles para exigir lo básico y necesario. Tienen mi apoyo, aunque no creo que lo necesiten. Siempre he creído que las mujeres lo pueden todo sin necesidad de un hombre. Por mí, aduéñense del mundo. Construyan un mundo más sensible, más humano, más digno de vivir.
Ojalá algún día logremos habitar en un México más feliz, sensible, culto y amoroso; donde tengamos que preocuparnos por aprender más y no por evitar que una bala termine con nuestra vida. Un México donde la única preocupación sea descifrar cómo lograr tener una relación idónea con nuestra persona amada.
Yo quisiera vivir en un México donde tenga la seguridad de que mis amistades y familiares mujeres van a llegar sanas y salvas a casa, al trabajo o al lugar donde se van a divertir. Quiero un México donde las mujeres puedan tener la capacidad para decidir sobre su cuerpo.
Y también quiero un México, donde ser padres sea un tema equitativo y no sólo las mujeres tengan permisos para atender a sus hijos. Un México donde hombres y mujeres tengamos acceso a los mismos derechos, puestos y sueldos, y lo único que nos distinga sean las habilidades y capacidades.
El país y el mundo es de ustedes, los hombres hace mucho que lo echamos a perder. Y si puedo ayudar a componerlo, cuentan con uno.