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Nuestra memoria colectiva es pésima. Ni siquiera las crisis más reveladoras parecen dejar huella o sembrar una semilla de cambio. El desabasto de combustible es la más reciente crisis, pero lejos de forzarnos a meditar sobre la viabilidad de nuestros esquemas de consumo energético y movilidad, hemos decidido usar el fenómeno como fuente de encono que sólo será reemplazada por otro pretexto para pelear dentro de unas semanas.

Las consecuencias de una estrategia mal planeada y con una implementación cuestionable ya son ampliamente reconocidas:

Trágicos accidentes, violencia entre ciudadanos, afectaciones económicas y laborales, colas en gasolineras, etc.

Sin embargo, la falta de reflexión y la ausencia de una toma de conciencia colectiva no se pueden atribuir a la mala planeación. Ese debe ser un ejercicio de todos los ciudadanos y deberíamos empezar a practicarlo.

En la Ciudad de México atravesamos hace unos meses un corte en el suministro de agua con impecable planeación y pésima implementación (como parece que ya es costumbre). Vivimos la escasez de agua, el más vital de los servicios, y pudimos observar de primera mano los estragos que genera en la capacidad de operar de las empresas, parálisis en varias actividades de los hogares, problemas logísticos incluso para atender las necesidades más básicas de higiene personal, y esto sin tener que enfrentar problemas para encontrar agua para beber, al existir sustitutos adquiribles en tiendas.

Durante y después de esos días complicados existieron pocos esfuerzos por reflexionar sobre un escenario futuro similar, quizás inevitable, que nos obligue a repensar cómo consumimos el agua. Poco se discutió sobre cómo combatir el desperdicio debido a mal uso y fugas, costos del servicio y aprovechamiento por zonas; qué mecanismos podemos implementar para que los hogares y oficinas sean autosustentables; y qué medidas debería ejecutar el gobierno para garantizar el suministro de agua con o sin el sistema Cutzamala; y con ello, dar certidumbre sobre la viabilidad de las actividades básicas que dan sustento a nuestra ciudad. Lamentablemente, algo similar está ocurriendo con el desabasto de gasolina.

El discurso se ha centrado sobre lo oportuno o equivocado que ha sido el actuar del Gobierno federal, las medidas de contención, las perspectivas a futuro, y recientemente, la terrible tragedia ocurrida en Tlahuelilpan, Hidalgo, dejando de lado la discusión de nuestra alarmante dependencia a combustibles fósiles. Si bien la estrategia generó estragos importantes y costos irrecuperables, también es verdad que, en el caso de la Ciudad de México, el desabasto provocó una serie de externalidades positivas: mayor conciencia del uso racional del automóvil, mejor calidad del aire (aunque no nos duró mucho el gusto), más eficiencia en algunos traslados (como resultado de la organización de particulares para compartir rutas y ahorrar gasolina) y menos tránsito, entre otros.

Sobre estos resultados es que valdría la pena profundizar en la reflexión. Fenómenos como el cambio climático deben atenderse de inmediato, con cualquier acción colectiva que contribuya a cambiar conductas lo antes posible y hacia el largo plazo.

Es lamentable que la situación vivida recientemente no abriera debates necesarios como el costo de la gasolina de transporte privado, la calidad y cobertura del transporte público, la posibilidad de implementar más esquemas de trabajo remoto y los estragos que genera en nuestra salud la mala calidad del aire, resultado del uso intensivo de combustibles fósiles. Es fundamental que dejemos de reaccionar a la inmediatez, que abramos los ojos y veamos los grandes retos que ya empezamos a enfrentar como sociedad y cuyos estragos ya sufrimos aunque parecieran invisibles para muchos.

También puedes escuchar a Abigail Martínez en el podcast Esto No Es Un Simulacro: https://open.spotify.com/show/0dIBVW0wqB0eawb7O6y2wt