Twitter:@MauricioAceves 

A partir de 2010 Medio Oriente vivió una etapa de reestructuración que condenó a su fin a antiguos autoritarismos y por otro lado a la reingeniería de los contados gobiernos que se preservan en la región, en la mayoría de los casos la violencia fue el medio, en otros, las revolución llego por la vía del acuerdo, la renovación y la apertura.

La historia reciente de Siria se compone de una continuidad de excepciones, probablemente por el valor geoestratégico del territorio y por la existencia de un ecosistema social particularmente complejo. Hace unos años, Siria pudo ser considerada por actores extranjeros como un pivote estratégico útil para asumir el control de Medio Oriente, su ubicación estratégica la convirtió en un imán de intereses geopolíticos que buscaban aprovecharse de las oportunidades que brinda una región inestable.


A diferencia de lo visto en otros países islámicos, las revueltas republicanas fueron sofocadas desde entonces por el régimen que hasta ahora permanece, desde entonces se ha librado una guerra civil, una especie de tormenta que empeoró con la insurgencia de Al Qaeda y posteriormente de ISIS. El panorama de por sí complejo, se convirtió en un puzzle en el que cada pieza estaba en una mano distinta y nadie tenía el rompecabezas completo, el desarrollo de conflictos locales en un contexto de violencia cada vez más radical se entrecruzó con fuerzas diversas que peleaban entre sí por motivos distintos.

La guerra en Siria -que en marzo pasado cumplió su noveno aniversario-, se ha construido elementalmente por cuatro beligerancias principales, a) aquellas entre oposición vs gobierno (guerra civil); b) la fitnah chiismo vs sunismo; c) la insurgencia de organizaciones extremistas altamente violentas (principalmente ISIS); y d) aquellas que se libran directa o indirectamente entre potencias extranjeras. Mi descripción pudiese parecer esquemática, pero la bruma en la realidad imposibilita identificar la totalidad de actores y factores que ahí convergen.

Hace un par de semanas, los medios internacionales y la propia Casa Blanca anunciaron la recuperación de Baguz (frontera con Iraq) por las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) – coalición que respalda Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña-, ciudad en la que se alojaba el último bastión de las milicias de ISIS en Siria, sin embargo, décadas de combate al terrorismo han enseñado que este tipo de insurgencias irregulares y descentralizadas tienen alta resiliencia, las insurgencias extremistas han probado tener una naturaleza regenerativa en Iraq, África Septentrional y en la propia Siria, los anuncios mediáticos pueden resultar prematuros –ojalá me equivoque-, las células de ISIS disminuidas pero latientes que se distribuyen en la región que abarca desde el Mediterráneo Sirio hasta el Golfo Pérsico pueden permanecer dormidas a la espera de una nueva oportunidad de sublevación e incluso pueden dispersarse en el mapa en búsqueda de refugio, tampoco resulta descabellado el riesgo de que emerja una campaña terrorista post-ISIS en Siria o en otro punto.

No obstante, tras la victoria de las SDF en Baguz, la guerra no se interrumpe, únicamente ISIS ha salido de la ecuación momentáneamente. La guerra siria ha atestiguado más 560 mil decesos; 5 millones de personas se han convertido en refugiados del conflicto (en 2015 Siria contaba con 19 millones de habitantes); mientras que el 85% de la población actualmente vive en condiciones de pobreza.

La que ahora pudiese parecer una victoria, es resultado de derrotas acumuladas durante 9 años por la población civil, años que aún no terminan. El revés de ISIS en Baguz es un respiro, pero no la paz.