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En el momento coyuntural por el que atraviesa el orden mundial al cierre de esta segunda década del siglo XXI, las relaciones internacionales han presenciado cambios abruptos, probablemente resultado del redireccionamiento emocional e ideológico que se vive en las culturas occidentales, la aparente imbatibilidad económica China y el empoderamiento ruso en Medio Oriente -y ante Europa-, son algunos de los embriones de un nuevo ecosistema internacional que se encuentra en proceso de definición y que estará por emerger en el próximo decenio.

La política exterior estadounidense tradicionalmente ha marcado la pauta de la dinámica internacional, en gran parte por su capacidad militar, poder económico y fuerza política, sin embargo, a pesar de que su economía interna se ha robustecido, su influencia exterior ha perdido peso –momentáneamente-. La confrontación inminente con antiguos rivales e incluso las fricciones con aliados han hecho recular la presencia de EE.UU. en múltiples frentes del ajedrez mundial, en este contexto existen condiciones para que América Latina se convierta en un frente alta gravitación geopolítica.
El desentendimiento cada vez más marcado de Estados Unidos por Medio Oriente es uno de los retrocesos geopolíticos más evidentes, los repliegues militares y políticos a destiempo reflejan pérdida de influencia en la zona y si bien Estados Unidos cuenta con aliados en la región y mantiene influencia en algunos gobiernos, su cadencia ha sido notoriamente disminuida en últimos años, misma que a ralentí ha sido cooptada por Rusia, lo que probablemente impidió una intervención estadounidense sustancial en la guerra de Siria hace algunos años. Irán se ha consolidado como una potencia regional y sus relaciones con aliados tradicionales como Arabia Saudita e Israel han sufrido desgastes.
En el frente africano, China es quien ha tomado la ventaja de la mano de inversiones y créditos extendidos a países del continente, desde 2009 se convirtió en el principal socio comercial de África sin necesidad del uso de alguna práctica colonizadora convencional; mientras que Asia, el continente emergente será para los asiáticos.
La impopular administración del presidente Donald Trump (en el exterior), ha propiciado distanciamiento con Europa e incluso ha generado roces en la propia OTAN; en América del Norte los acuerdos del T-MEC (a reserva de la ratificación en los congresos nacionales) fueron un tanque de oxígeno para los países firmantes.
Por tanto, es posible que ante los rezagos estadunidenses en otras latitudes, Latinoamérica se convierta en los próximos años en el refugio de intereses norteamericanos. No es que el resto del mundo pierda relevancia estratégica, pero EE. UU. no puede darse el lujo de distanciarse de AL, si ella se volviera inestable o se convirtiera en un zona de influencia china o rusa, podría convertirse en un riesgo a su seguridad nacional, en este escenario hipotético el desenlace venezolano tendría un papel crucial, las crisis a menudo representan oportunidades y a su vez las oportunidades representan más jugadores.
Este viraje de prioridades geopolíticas contraería beneficios para los países latinoamericanos, sobre todo en términos de cooperación en materia económica y de seguridad, sin embargo, los inconvenientes de un exceso de atención de Estados Unidos -o de otras potencias- en la región no pasarán desapercibidos.
América para los americanos, la doctrina pronunciada por el presidente James Monroe hace un par de siglos (1823) podría volver y recorrer una vez más las venas latinoamericanas.