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Cuando 30 millones de mexicanos votaron por un Andrés Manuel López Obrador lo hicieron con la esperanza de ser beneficiados de las extraordinarias promesas de campaña que “les cambiaría la vida”. El triunfo de la “Cuarta Transformación” colocó a Obrador en 89% de aprobación en sus cien días de gobierno. Por un lado, las pequeñas acciones de gobierno que le darían credibilidad a su postura presidencial como “la venta del avión presidencial” o “eliminar las pensiones a lo expresidentes”, entre otras. Por el otro, hablar de construir castillos en el cielo que, sin duda alguna, para millones de mexicanos representó mejorar la calidad de vida y de sus familias. Esto, sin imaginar lo que sucedería después al vivir la realidad del México globalizado.

Aunque el presidente de la República ha presumido “un cambio verdadero”, a cuatro meses de gobierno solo se ha reflejado un retroceso con una credibilidad que va en descenso.
La diferencia
El descaro con el que públicamente han hecho de la administración pública una cueva de ladrones y un programa de entretenimiento para quienes son seguidores [fanáticos] de quien con tan solo una frase popular, consideran que es el mejor Presidente. Tal vez sí, pero solo es el cambio de estilo político en donde la simpatía se mantiene en manifestar estar en igualdad de circunstancias y necesidades.
López Obrador no es más que un personaje político que utiliza una de las formas de control de masas más antiguas de la política, la necesidad, donde expresa todo aquello que aqueja a la mayor parte de la población, haciendo creer que padece del mismo dolor con la finalidad de que la masa [el pueblo] sienta comprensión y hacerse ver como el único al frente de llevar esa lucha social con la esperanza de que al triunfar, todos obtendrán lo que esperaban.
¿Justicia sin ley y democracia sin legalidad?
En los últimos días hemos visto a un Presidente de la República muy enérgico que pretende cambiar la ley y ejercer el poder público – político a modo, es decir, los Memorándums, las consultas populares por boleta y mano alzada son formas de romper con el poder democrático, la ley y la legalidad.
De llegar a ser un error en un futuro estas acciones gobierno – pueblo ¿Quién sería responsable de estos actos, Obrador por “ejercer el poder” o “el pueblo” por estar de acuerdo? Fácilmente de excusarse esto sería un revés para los mexicanos.
Las amenazas constantes que lanza López Obrador a los reporteros llamándolos “prensa fifí” y a quienes no coinciden con su forma de gobernar como “conservadores” es una señal autoritarismo y populismo. Esto debido al ejemplo reciente que se vivió en Minatitlán, Veracruz, donde Obrador y sus representantes de Morena en vez de solidarizarse con las familias afectadas, el pueblo veracruzano y del país, simplemente argumentaron que “quienes piden paz en el país son los conservadores”, estúpido.
Reflexión
El gobierno de López Obrador actúa bajo la simulación, es decir, los casos como el contrato cancelado a su compadre Miguel Rincón demuestran que es una actuación política para demostrar al pueblo que no hay favoritismo ni como lo mencionó el presidente “influyentismo”, pero si se dio a conocer que Miguel Rincón ganó la licitación de la venta de papel para los libros de textos gratuitos educativos ¿Por qué cancelar una licitación que se ganó legalmente? No tiene ningún sentido cancelar algo legal. Hacer creer que gobiernan bien, es todo lo contrario.