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En México, el realismo mágico tiene permiso. El concepto del llamado “pueblo bueno” acuñado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, durante sus largas campañas, es un ejemplo de ello. El mismo ha servido para separar a los “buenos mexicanos” de aquellos que forman parte de la “mafia del poder”, expresión también de la autoría de AMLO.

La explosión de un ducto de Petróleos Mexicanos (PEMEX), ocurrida el pasado 18 de enero, en Tlahuelilpan, Hidalgo, que provocó la muerte de un centenar de personas, ha sacado a flote toda una gama de historias alrededor de los huachicoleros.

Las imágenes de cientos de personas que cargaban tambos y bidones de todos los tamaños, alrededor del chorro de combustible, asemejaban una especie de extraño ritual en honor del “Dios Huachicol”.

Según datos de PEMEX, el estado de Hidalgo lidera la lista de tomas clandestinas desde 2018. Esta entidad, junto con otras seis, concentran el 80% de este problema. El caso de Puebla es emblemático ya que ahí se ubica el llamado Triángulo Rojo región conformada por los municipios de Tepeaca, Quecholac y Palmar de Bravo, cuya denominación se debe a la violencia que ha generado la proliferación del robo de gasolina de los ductos de PEMEX.

El impacto de esta actividad repercute en la cultura de las comunidades de esa zona. Hay cumbias, corridos y demás géneros de música popular que dan cuenta de ello. El caso más representativo es La Cumbia del Huachicol, compuesta por una cantante de Tepeaca, llamada Támara Alcántara, quien es una celebridad en los bailes del Triángulo Rojo.

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Otra expresión popular es la existencia del Niño Huachicolero, nombre del santo creado por las personas dedicadas al robo de gasolina de los ductos que distribuyen el producto. Este santo de los huachicoleros está representado en la imagen del Santo Niño de Atocha, vestido con una túnica blanca. Sus manos sostienen un bidón de gasolina y una manguera que son las herramientas que utilizan los huachicoleros para extraer gasolina.

Es un fenómeno similar a la “narco cultura” que, en Puebla, por ejemplo, es conocida como “cultura huachicolera”, la cual ha crecido aceleradamente en los últimos años.

Pero no todo es fiesta y música. Recordemos que el fenómeno del robo de gasolina es uno de los problemas de seguridad más serios del país. PEMEX reconoce que el robo de hidrocarburos genera pérdidas de 20,000 millones de pesos al año y, según datos de la consultora Etellekt, representa la tercera parte del valor de mercado de gasolina y diésel del país.

En una reciente entrevista con BBC Mundo, Rubén Salazar, director de Etellekt, menciona diversas razones que provocan el crecimiento del huachicol. Una de ellas es que se trata de una actividad controlada casi por completo por organizaciones de tráfico de drogas, que son responsables del 95% de las tomas clandestinas detectadas en los últimos años.

Los Zetas, dice, son el grupo más activo, con el 40% de los casos, y después se ubica el Cartel Jalisco Nueva Generación con 21% de los robos.

Las comunidades les ofrecen una protección social que dificulta el combate a este delito. Es una alianza difícil de romper, sobre todo porque el robo de combustible es una jugosa fuente de ingresos para muchas personas.

La tragedia de Tlahuelilpan es el mejor ejemplo de este fenómeno que nubla la mente pero llena de dinero ilegal los bolsillos de esa parte del “pueblo bueno”.