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“Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde.[…] Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga sino la insoportable levedad del ser.”
– Milan Kundera.
¿Qué es la levedad del ser de la que habla Milan Kundera? ¿Será acaso esta realidad en la que estamos inmersos para llegar a ser? ¿Es que sólo esperamos el advenimiento de un funesto porvenir? Con todos los acontecimientos tan rápidos que nos han tocado, tantos avances y descubrimientos tecnológicos, tanta comunicación e información transmitida de un lado a otro del globo terráqueo y tantos efectos que esto ha traído, nos hace difícil un análisis exhaustivo y concreto de la realidad, es decir, se los dejo a los especialistas en ello. De este modo, me deslindo de cualquier divagación que surja porque para ser franca, así percibo el mundo, divagante.
El mundo, moderno, posmoderno, actual…
Vaya, como se le quiera mentar, a fin de cuentas, es el mundo en el que estamos, en el que permanecemos y en el que moriremos. El mundo concebido y comprendido por todos, morada y lugar de estar para el Ser, el ser en general y no solamente humano. ¿Realmente hemos pensado en el mundo? Sin duda a mi me parece claro que al hablar sobre el mundo estamos también abordando a la realidad pues es en ella en la que manifestamos nuestro modo de habitar en el mundo, es por medio de la realidad como hacemos énfasis en los modos de ser, de estar y también de comprender. Porque como decía el gran filósofo de Basileia “No hay hechos sólo interpretaciones” es así como me atrevo a invitarlos a que intentemos a hacer una interpretación de esta realidad, la actual; la que busca abarcar todo y finalmente no abarca mucho. Intentaré llevarlos a la conciencia del individuo más que analizar a la realidad, pues en tan pocas páginas es difícil no caer en la dinámica de la realidad misma, pretender abarcar mucho y no abarcar lo pretendido.
Como decía, percibo al mundo divagante pero en realidad me refiero al individuo, como dice Deleuze:
“El mundo en que hoy vivimos se nos presenta rizómico y hasta esquizofrénico, y reclama, por un lado, nuevas teorías sobre el desarraigo, la alienación, la distancia psicológica entre individuos y grupos”.
¿Es acaso la idea de individuo algo del pasado? Y me parece paradójico siendo una época en la que más se habla de los derechos humanos, del respeto y la tolerancia hacia otros modos de ser y pensar, y es que es impresionante como a pesar de las distancias que hay entre un país y otro, entre una cultura y otra, siempre terminamos encontrando muchas similitudes. ¿Es la globalización algo que ha venido a fortalecer la idea de individuo o la ha arrojado a la levedad? Mucho se habla sobre la globalización como un fenómeno de apertura de sentidos, de fusión de culturas, de oportunidades, de crecimiento, y considero que en efecto así lo ha sido, es en realidad la conducta humana la que hace de los fenómenos algo bueno o malo o para vernos menos moralistas, algo positivo o negativo. Y es aquí donde surge la cuestión de individuo dentro de lo que conocemos como globalización. No es exagerado afirmar que la condición del individuo en la sociedad ha sufrido una transformación. Nuestra capacidad de interactuar con nuestros familiares y amigos, a distancias cada vez mayores, y para controlar aspectos de nuestra vida que antes estaban dirigidos por poderosas instituciones como los gobiernos, las empresas y los medios de comunicación, han cambiado nuestras percepciones, expectativas e inquietudes.
Las nuevas tecnologías nos permiten controlar mejor la información que se nos presenta, la manera en que aprendemos, creamos y trabajamos, la elección de las personas con las que generamos vínculos, e incluso la forma en que se distribuyen los bienes, la atención de salud y los servicios públicos. Algunas innovaciones futuras han de liberarnos seguramente de gran parte de nuestras rutinas cotidianas indispensables, y dejarnos la posibilidad, antes inimaginable, de dedicarnos a nuestros pasatiempos o emprender estudios. Los sistemas de entrega de contenido personalizado, integrados en los sistemas globales de comunicaciones a domicilio que automáticamente distribuyen información a través de diversas plataformas, han de cambiar esencialmente la vida hogareña y familiar; nuestros hogares se convertirán en nodos dentro de la red mundial, el Internet es parte ya integrante e íntima de nuestra vida pública y privada.
Sin embargo, además de todas estas posibilidades para asumir el control de nuestras vidas, aparecen también muchas inquietudes y temores comprensibles sobre los efectos de esta evolución en nuestras libertades individuales y nuestra vida privada en el futuro. Gigantescas bases de datos comerciales llevan registros de nuestras compras y nuestras finanzas, y venden esta información a cualquiera que esté dispuesto a pagarla. Los gobiernos nos vigilan a través de las bases de datos de los impuestos y la seguridad social, al mismo tiempo que cámaras de la policía registran todo lo que sucede en los lugares públicos, 24 horas por día. Los sitios en la World Wide Web, cada vez más sujetos al escrutinio del gobierno, registran cada página que visualizamos. Las nuevas tecnologías, con todas sus posibilidades de potenciación del individuo, parecen inmiscuirse en nuestra vida privada. Esta intrusión, comprensiblemente, inquieta a muchos. Inevitablemente, la demanda de una restricción de las corrientes de información (el establecimiento de un ámbito de confidencialidad), aumenta y amenaza uno de los pilares de una sociedad libre, el sentido de responsabilidad ante el público.
Los efectos de las nuevas tecnologías en los individuos
Así pues, los efectos de las nuevas tecnologías en el individuo no pueden comprenderse o examinarse plenamente aceptando simplemente sin críticas, o rechazando ciegamente la propia tecnología. La primera actitud nos deja poco margen para actuar o para explorar más acabadamente las transformaciones en nuestra vida y nos ha hecho aceptar de modo pasivo e inevitable cualquier cosa que el cambio tecnológico traiga aparejada. La segunda, no nos deja percibir las posibilidades de transformación que encierran esas tecnologías. Es preciso enfocar la relación entre ambos aspectos, no sólo la manera en que las nuevas tecnologías han transformado al individuo, sino también cómo el individuo cotidianamente configura y utiliza las nuevas tecnologías con arreglo a sus necesidades cotidianas. De esta manera podemos superar la noción socialmente destructiva de que la tecnología amenaza la libertad del individuo, en lugar de entender que el individuo y la tecnología son complejos, diversos y evolucionan continuamente.
Quizá como dice Lipovetsky:
“Nos hemos embarcado en un interminable proceso de desacralización y de insustancialización de la razón que define el reino de la moda plena. Así mueren los dioses: no en la desmoralización nihilista de Occidente y en la angustia de la vacuidad de los valores, sino en las sacudidas de la razón”.
Habrá que replantearse de nuevo, qué lugar ocupa la razón hoy en día en todo lo que hacemos pues tal parece, que vivimos en la sin razón.
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