Twitter: @RobertoBorbolla
Cada día los mexicanos nos levantamos en un país en el que el Gobierno federal ha decidido colocar como prioridad el “bienestar del alma” y “fortalecer los valores culturales, morales y espirituales”. Repiten que no es obligatorio, pero utilizan los recursos del Estado para promover el “amor a la naturaleza, la patria, la familia y el amor al prójimo”.
Bajo la excusa de que la corrupción de los hombres nos ha traído los problemas que ahora enfrentamos, nuestro presidente se ha convertido también en nuestro psicólogo y sacerdote. Andrés Manuel ha tomado muy en serio el mote de “mesías tropical” y ha convertido las conferencias en homilías y el templete en púlpito.
Sin duda es importante atender la educación cívica de la ciudadanía, pero del presidente esperamos menos demagogia y más estrategia.

La educación moral no es una tarea del Estado, no es ahí donde tienen que gastarse los impuestos que los mexicanos pagamos; el tiempo del presidente es tiempo pagado por nosotros, tiene que ser utilizado para resolver los problemas de impunidad y de inseguridad de forma eficaz y no pidiendo a las “mamitas” de los delincuentes que los regañen.
La responsabilidad del Estado no es la espiritualidad de sus ciudadanos, sino de la aplicación de la ley y de la creación de condiciones que nos permita desarrollarnos con libertad. El Gobierno federal no puede imponer una Cartilla Moral (y mucho menos una Constitución moral) pretendiendo convertirnos en mejores hombres y mujeres, tiene que asegurarse de que exista un piso parejo y que las leyes democráticamente generadas sean respetadas.
El que desde el poder político se pretenda guiar a los individuos para que encuentren el bienestar del alma o que vivan una mejor espiritualidad es una clara invasión a la intimidad de las personas.
López Obrador repite que “no sólo de pan vive el hombre” y que hay que “fortalecer los valores espirituales”.
El presidente confunde la ética pública con la espiritualidad personal y, al hacerlo, se coloca en una muy delgada línea de incumplir uno de los preceptos constitucionales más importantes: que nuestra República debe ser laica. Claro que, como ciudadanos, tenemos deberes que se nos pueden exhortar a cumplir, pero no como se nos plantea en la Cartilla Moral. Para muestra un botón:
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Primero, el respeto a nuestra persona, en cuerpo y alma. El respeto a nuestro cuerpo nos enseña a ser limpios y moderados en los apetitos naturales. El respeto a nuestra alma resume todas las virtudes de orden espiritual.
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El hombre debe sentirse depositario de un tesoro, en naturaleza y en espíritu, que tiene el deber de conservar y aumentar en lo posible. Cada uno de nosotros, aunque sea a solas y sin testigos, debe sentirse vigilado por el respeto moral y debe sentir vergüenza de violar este respeto. El uso que hagamos de nuestro cuerpo y de nuestra alma debe corresponder a tales sentimientos.
¿Quién es Andrés Manuel para venirnos a exigir que respetemos nuestro cuerpo y alma? ¿Quién se cree para promover la limpieza y moderación de nuestro cuerpo? Se le olvida que cada persona puede hacer en privado lo que le venga en gana y que esa libertad termina cuando empieza la de alguien más. No lo elegimos para que sea guía espiritual o sacerdote (eso es decisión de cada uno de nosotros y de la religión que deseemos profesar o no), fue elegido para que solucione problemas sujetándose a la ley y a la Constitución.
No se equivoca en que es necesario fortalecer la ética pública o los valores espirituales, pero se equivoca al asumir que es responsabilidad de la Presidencia de la República predicar sobre el respeto al alma con nuestros impuestos.