Sobre Vincent van Gogh se han contado varias historias: que se cortó la oreja en un arranque de locura, que comía sus propias pinturas y hasta que nació en la época equivocada.

Lo cierto es que, a pesar de todos los mitos que lo rodean, Van Gogh fue uno de los artistas más prolíficos del siglo XIX, llegando a producir hasta dos mil 100 obras, entre dibujos y óleos. Entre esas obras estaban sus autorretratos, que nos revelan los cambios físicos a lo largo de su vida así como los artísticos.

“Debido a que los modelos eran caros, se compró un buen espejo y se usó a sí mismo como objeto. Después le escribió a su hermano Theo: “porque si puedo pintar los colores de mi propia cabeza sin dificultad, seguramente podré pintar las cabezas de otros hombres y mujeres”, cuenta el Museo de Van Gogh sobre la importancia de los autorretratos en su obra.

Autorretrato como pintor, 1886

Es uno de los primeros autorretratos que Van Gogh pintó y el primero en el que se reconoce como artista. Aquí destacan los colores sobrios y oscuros, característicos de sus primeras pinturas.

Foto: Van Gogh Museum.

Autorretratos, 1887

Entre sus múltiples obras, también encontramos varios dibujos. Tal es el caso de estos dos autorretratos y otros detalles juntos en la misma hoja. El Museo de Van Gogh juega con la idea de que “estos pudieron ser bocetos para una pintura; se pintó varias veces desde ese mismo ángulo”.

Foto: Van Gogh Museum.

Autorretrato, 1887

Durante muchos años se creyó que este era un autorretrato de Van Gogh, en el que había cambiado el color de sus ojos y había utilizado un rojo vivo en su barba para que contrastara con la paleta de colores. Sin embargo, recientemente se descubrió que es un retrato de su hermano y sostén, Theo van Gogh.

Foto: Van Gogh Museum.

Autorretrato con sombrero de fieltro, 1887

Es uno de sus autorretratos más famosos ya que comienza a delimitar su estilo y se atreve a experimentar con colores contrastantes y largas pinceladas. De hecho, en su rostro puedes apreciar rojo, verde, amarillo y azul.

Foto: Van Gogh Museum.

Autorretrato con oreja vendada, 1889

Este es uno de los autorretratos más importantes, ya que lo realiza poco después de haber regresado a su casa del hospital por haberse mutilado la oreja.

The Courtauld Gallery, que posee la pintura, hace la observación sobre su expresión facial, “es inmóvil y melancólica”, y sobre el vendaje, “es prominente, lo que muestra que el contexto del evento es importante”.

Foto: The Courtauld Gallery.

Autorretrato, 1889

Se cree que es el último autorretrato que Van Gogh pintó antes de dispararse a sí mismo. El fondo recuerda a otro de sus cuadros más famosos, La noche estrellada. La paleta de colores aquí utilizada es prácticamente azul en diferentes tonos.

Foto: Musée d’Orsay.